La pasada Semana Santa, la
Familia Real provocó involuntariamente una nueva crisis que afectó a la
Institución por cuanto se vieron comportamientos inadecuados en los que las
protagonistas fueron Su Majestad la Reina Doña Letizia y Su Majestad la Reina Madre Doña Sofía, que no emérita como insistente e incorrectamente se titula a los
anteriores soberanos, que ocuparon tertulias, titulares y redes sociales
durante bastantes días.
Crisis generada por unas
imágenes en la puerta de la catedral de Palma de Mallorca, y aunque no es más
que una tormenta en un vaso de agua por más que tertulianos de algunos medios
pretendan convertirla en una crisis de la Monarquía, no es menos cierto que
aunque lejos de la gravedad de la causada por el caso Nóos que, desde nuestro punto de vista tampoco fue debidamente tratada por Casa Real, es una situación
que afecta a la extraordinaria labor que lleva a cabo Su Majestad Felipe VI desde que llegó al Trono.
Pero volviendo a la crisis de
Palma, desde nuestro punto de vista esta es fruto de la acumulación de
situaciones similares que no por menos llamativas o evidentes han ido conformando
el escenario perfecto para lo ocurrido el domingo de Resurrección en la capital
balear, consecuencia de no haber valorado los riesgos potenciales de crisis que
determinadas situaciones o comportamientos pueden provocar.
Parece que el origen de esas
crisis es recurrente, y está en la necesidad de definir claramente
obligaciones, funciones y papeles de algunos miembros de la Familia Real y de
la familia del Rey, en los que la Casa Real debe, desde nuestro punto de vista
trabajar y prever escenarios, por cuanto la actividad y/o comportamiento de
aquellos puede afectar o afecta a la Corona como institución y símbolo nacional,
situándola bajo el foco mediático de manera innecesaria por asuntos realmente poco
importantes.
Un ejemplo de esto es la cada
vez más llamativa ausencia de Su Alteza Real Doña Leonor de actos
institucionales en los que por ser la Princesa de Asturias y por tanto heredera
al Trono, debería acudir cuando a su edad, su padre el Rey, era un avezado
protagonista de esos actos institucionales. Estas ausencias, de persistir, no
ayudan a la Corona y tampoco a ella por cuanto los ciudadanos quieren ver a su
futura soberana de manera habitual. Sus ausencias públicas provocan rumores y
bulos, vías perfectas generadoras de crisis. Hay un principio esencial en la
gestión de la comunicación de crisis que dice que se confía en lo que se
conoce, no en lo que se desconoce o ignora.
Otro punto débil son los
comportamientos o declaraciones de miembros de la familia del Rey, como por
ejemplo lo ocurrido con el hijo de la Infanta Doña Elena hace unos días en un
AVE donde de regreso a Madrid desde Málaga, Felipe de Marichalar se enfrentó
con unos militantes comunistas que, al reconocerlo, le provocaron al criticar
duramente a las dos reinas por el suceso de Palma, lo que hizo que el joven
saliera en defensa de su tía y de su abuela. Si bien se entiende su reacción,
no es menos cierto que la misma no ayuda a la Institución. Desde luego si el
suceso no ha ido a más ha sido porque los militantes comunistas no pudieron o
supieron grabar el incidente con sus móviles para viralizarlo por las redes
sociales.
Si por un lado se producen
estas situaciones, tampoco ayudan las soluciones que se proponen o se ponen en
práctica para contrarrestar sus efectos negativos, pues consiguen el efecto
contrario. Nos referimos a la respuesta que desde Zarzuela se dio al incidente
de Palma cuando pocos días después se volvió a ver juntas a Doña Letizia y Doña
Sofía, a las que acompañaban Doña Leonor y su hermana la Infanta Doña Sofía.
El comportamiento que tuvieron
a las puertas del hospital al que habían acudido para visitar al Rey Padre,
convaleciente de una lesión de rodilla, para escenificar una supuesta
reconciliación o naturalidad en las relaciones, lo que transmitió fue artificio
y poca credibilidad.
Es cierto que, en situaciones
de crisis, la respuesta debe ser rápida, pero ni precipitada, ni falseada. La
imagen de Doña Letizia abriéndole la puerta del coche a su suegra, fue de todo,
menos creíble. Desde la restauración de la Monarquía hace ahora 43 años, nunca
una reina le ha abierto la puerta del coche a otra que puede y se vale para
hacerlo. Lo mismo que las impostadas atenciones de Doña Leonor y su
hermana con su abuela y de ésta con ellas. Desde nuestro punto de vista
transmitieron montaje y artificio, cuando se podría haber recuperado la imagen
de normalidad a través de otras actuaciones y actitudes, pero parece que en
Casa Real se impuso la precipitación antes que una respuesta rápida, prudente y
natural a la crisis autogenerada.