
En
ese momento se desplegará o debería desplegarse toda la pompa y boato de la
Monarquía, porque ésta además de libertad, democracia, continuidad, unidad y
estabilidad, también significa historia y tradición y no se entendería una
proclamación real sin el debido protocolo y la simbología monárquica
correspondiente.
En
este sentido por ejemplo, se han oído voces pidiendo que el futuro rey acuda
vestido de calle, con chaqueta y corbata, aludiendo a una modernidad una vez
más mal entendida de la Institución. El Rey de España por el hecho de serlo ejerce,
según la Constitución, el mando supremo de las Fuerzas Armadas y por tanto, el
vestir uniforme de capitán general no solo es acorde a la nueva
responsabilidad, sino que también entronca con la más fiel tradición de todo
monarca. No hay más que echar un vistazo a otras casas reales de nuestro
entorno.
Por
tradición también, el príncipe y futuro rey llevará en lugar bien visible otro
símbolo de la Monarquía, el Toisón de Oro, la más importante orden dinástica
del mundo, de la que Don Felipe pasará a ser Gran Maestre y que además, como
ocurriera con los escudos de armas de sus antecesores, también lucirá en su
guión real. Lo mismo ocurrirá con la banda de la Real y Distinguida Orden de Carlos III, que Don Felipe lucirá en su uniforme.
Pero
dos de los objetos que podremos ver son los símbolos por excelencia de la Monarquía:
la corona y el cetro. La corona realizada en 1775, se ha utilizado en todas las
ceremonias de proclamación desde Isabel II, como representación del régimen
monárquico, si bien difiere de lo que la heráldica establece para la Corona de
los Reyes de España. Así, ésta no es de oro, no tiene engastadas piedras
preciosas, ni las diademas están cargadas de perlas. Es de plata sobredorada,
tiene ocho florones, diseñados a modo de espejos lisos en los que aparecen las
Armas de los Reinos de Castilla, León, Granada, Parma y Tirol y las Armas de
los Borbones, la flor de lis.
Precisamente
por ser representativa y simbólica tiene unas dimensiones excepcionalmente
grandes, 18 cm. en el aro, 39 cm. de altura, 40 cm de diámetro y pesa casi un
kilo. Las diademas son coronas de laurel, haces de palmas y espigas de trigo,
que simbolizan la abundancia y el progreso. Todas las diademas están rematadas
por el orbe con el ecuador del que emerge una cruz, simbología propia de los
monarcas católicos.
Por
lo que al cetro se refiere, éste es materialmente más rico que la corona y más
antiguo, probablemente del reinado de Felipe IV, y está formado por un bastón
de oro cilíndrico de 68 cm. revestido de filigrana de plata con esmaltes
azules. Cada 20 centímetros luce un anillo de rubíes y lo termina una esfera de
cristal de roca tallado en forma rombos.
Ambos
objetos de valor histórico incalculable, los veremos el jueves colocados sobre un cojín porque de acuerdo
al protocolo deben estar colocados en lugar bien visible y preferente, en todos
aquellos actos especialmente solemnes relacionados con la Monarquía. Una vez
más, asistiremos a una breve pero enriquecedora lección de historia.