Ignorancia,
consecuencia muchas veces de la falta de formación que sobre la Jefatura del
Estado se da en la educación en contraposición a lo que ocurre en otros países
de nuestro entorno, donde a los ciudadanos desde el colegio se les enseña y
explica lo esencial de su forma de gobierno, su simbología y su funcionamiento.
Aquí, si tras casi 40 años desde la restauración monárquica todavía se escuchan
barbaridades sobre el papel constitucional del Rey, sobre los símbolos de la
Corona mejor ni preguntar.
Sobre
estos últimos, corona real y cetro, vamos a hablar aquí brevemente pues aunque
parezca mentira son unos grandes desconocidos. Son atributos de la realeza
pertenecientes a las colecciones de Patrimonio Nacional, pero que inexplicablemente
permanecen ocultos a los ciudadanos. Éstos solo pueden verlos recurriendo a
fotos o imágenes de archivo de la Proclamación de Don Juan Carlos como Rey en 1975, o en algún breve reportaje fotográfico, de televisión o foto, como la que
acompaña a este artículo cedida por Patrimonio Nacional.
En
la historia de nuestra Monarquía, hay escasos precedentes de coronación de un
monarca, siendo Juan I de Castilla en el siglo XIV, el último rey coronado.
Dicha ceremonia consistía en una primera etapa (reyes visigodos y del reino
asturleonés), en la elevación del soberano sobre un pavés y su aclamación como
rey por los dignatarios del reino y el pueblo. Con el paso de los siglos, esta
costumbre se sustituyó por la proclamación ante las Cortes, como representación
de la Nación y tras haber prestado juramento de obediencia y cumplimiento a las
leyes, fueros o constituciones vigentes en cada momento.
Por
ello, en España no ha habido una corona y un cetro específicos para una
ceremonia de coronación como en otros países como Gran Bretaña, y sí unos
símbolos monárquicos ceremoniales que desde hace varios siglos han acompañado a
nuestros reyes en su ascenso al trono y en sus exequias.
En
el caso español, la corona real procede del reinado de Carlos III y se utiliza como
decimos en los actos de proclamación y en los funerales de los soberanos. Es el
símbolo por excelencia de la Monarquía, el objeto que representa plenamente nuestro
secular régimen político.
La
corona realizada en 1775, se ha utilizado en todas las ceremonias de
proclamación desde Isabel II, como representación del régimen monárquico
español, si bien difiere de lo que la heráldica establece para la Corona de los
Reyes de España. Así, ésta no es de oro, no tiene engastadas piedras preciosas,
ni las diademas están cargadas de perlas. Es de plata sobredorada, tiene ocho
florones, diseñados a modo de espejos lisos en los que aparecen las Armas de
los Reinos de Castilla, León, Granada, Parma y Tirol y las Armas de los
Borbones, la flor de lis.
Precisamente
por ser representativa y simbólica tiene unas dimensiones excepcionalmente
grandes, 18 cm. en el aro, 39 cm. de altura, 40 cm de diámetro y pesa casi un
kilo. Las diademas son coronas de laurel, haces de palmas y espigas de trigo,
que simbolizan la abundancia y el progreso. Todas las diademas están rematadas
por el orbe con el ecuador del que emerge una cruz, simbología propia de los
monarcas católicos.
En
cuanto al cetro, éste es materialmente más rico que la corona y más antiguo,
probablemente del reinado de Felipe IV y está formado por un bastón de oro
cilíndrico de 68 cm. revestido de filigrana de plata con esmaltes azules. Cada
20 centímetros luce un anillo de rubíes y lo termina una esfera de cristal de
roca tallado en forma rombos.
Corona
y cetro formaron en su momento parte de un rico guardajoyas real que por
avatares históricos se perdió. Principalmente en la Guerra de la Independencia
donde el saqueo de los franceses en este terreno como en otros de nuestro
patrimonio histórico-artístico, en los palacios reales, etc. fue devastador e
incalculable. En el caso concreto de las joyas reales, reunidas y creadas por
los Austrias y los Borbones a lo largo de los siglos y que habían vinculado a
la Monarquía como patrimonio de la Nación, éstas desaparecieron casi por
completo.
Las
joyas y alhajas que desde 1808 han lucido los sucesivos Reyes de España,
particularmente las soberanas, han sido propiedad particular de las mismas,
mientras que los cuadros, tapices, vajillas, libros, mobiliarios y demás obras
de arte que se salvaron del robo francés se conservan en los Reales Sitios bajo
la protección y el cuidado de Patrimonio Nacional, organismo público que se
encarga de custodiarlos como bienes de titularidad estatal, pero afectados al
uso y servicio de Su Majestad el Rey y la Familia Real, así como de darlos a
conocer a los ciudadanos.
En
definitiva, corona y cetro que se utilizan en las grandes ceremonias reales
pero que deberían poder ser contempladas por los ciudadanos, como lo son los de
otras monarquías. Para ello, Patrimonio Nacional debería exhibirlos con
carácter permanente bien en alguna sala del Palacio Real o en el futuro Museo de Colecciones Reales, y que podamos por fin, ver y conocer piezas que puede
que no tengan un gran valor material, pero que son testigos de nuestra historia
y que no deberían permanecer por más tiempo, ocultos a los ojos y conocimiento
de los españoles.