
Por la izquierda tenemos a un PSOE cada vez más alejado de la
socialdemocracia y más cercano a los postulados de la extrema izquierda
populista. Un partido socialista que gana unas elecciones generales después de
11 años cuando curiosamente a su líder, Pedro Sánchez, casi todos le habían
dado por muerto y enterrado pero que ha resurgido cual ave fénix gracias a los
errores del Partido Popular y de Podemos en sus respectivas áreas de actuación,
y de una acertada estrategia que ha movilizado a sus votantes y a otros
situados a la izquierda del espectro político nacional a los que ha importado
más el supuesto peligro del regreso de la extrema derecha, que el acercamiento
de Sánchez a los independentista o su visión sobre la unidad nacional o la
defensa de la Constitución por mencionar algunos temas controvertidos de su
gestión en estos últimos 10 meses.
Un PSOE que a pesar de ganar las elecciones no ha alcanzado
el número de escaños necesario para gobernar en solitario con tranquilidad, que
tendrá que continuar dependiendo de los independentistas como ya ocurrió tras
la moción de censura, lo mismo que de los proetarras, los nacionalistas y sobre
todo de la extrema izquierda representada por Podemos, que lógicamente no
ofrecerá su apoyo gratuitamente o conformándose con bagatelas, pues de su apoyo
a Sánchez depende la continuidad de los morados como partido con influencia y la
propia supervivencia política de Pablo Iglesias.
En lo que a la formación morada se refiere, esta ha sufrido
desde 2016 un fuerte desgaste de imagen y credibilidad por asuntos como el
chalé, sus lazos con la dictadura comunista de Venezuela o su apoyo a la
autodeterminación y al referéndum catalán, además de serios problemas internos
por el comportamiento cesarista de su líder, lo que ha sido hábilmente
rentabilizado por Sánchez para recuperar espacio por la izquierda que se ha
traducido en la pérdida de 29 escaños para los de Iglesias, pero esa caída en
la representación parlamentaria ha colocado paradójicamente a Podemos en una
posición inmejorable para tocar poder. Si Pablo Iglesias negocia acertadamente las
próximas semanas podrá situar a sus huestes en el gobierno que se forme.
Mientras en la derecha la lucha por el liderazgo es más
encarnizada, consecuencia sobre todo de la aparición en escena de la extrema
derecha populista representada por Vox, un partido sin programa real más allá
de las consignas pero que ha pegado un buen zarpazo de votos al PP por el enfado
de muchos de sus votantes, aunque se ha quedado muy lejos de las previsiones
que tenía. Su irrupción no ha servido para ser una formación determinante y sí
para disminuir el peso del Partido Popular. Ninguno de los dos tendrá
posibilidades de bloqueo ni en el Congreso ni en el Senado en asuntos clave.
Una presencia la de Vox provocada también por la gestión de Mariano Rajoy en asuntos como la corrupción en el partido, la débil y tardía respuesta
al independentismo catalán y su equivocada manera de salir del gobierno, donde
prefirió entregar éste a Sánchez antes que dimitir y dar paso a otro líder
popular lo que habría ahorrado a España los últimos 10 meses de inestabilidad
política, dando además al PSOE la ventaja de acudir a unas elecciones instalado en la Moncloa. A todo esto, habría que añadir la
actuación de Casado que, si bien no ha tenido tiempo para que sus cambios en el
partido den frutos, su intento de rivalizar con Vox por la parte derecha de su
electorado ha hecho que muchos votantes cabreados con el PP hayan optado por el
original antes que por la copia en las elecciones del domingo. Las
consecuencias de todo esto junto con la división del voto que la Ley D’Hondt
castiga y mucho, ha llevado al por ahora partido líder de la Oposición a
quedarse con solo 66 diputados, su peor resultado electoral. Resultado infame
en el que también ha tenido mucho que ver Ciudadanos y su líder, Albert Rivera.
La formación naranja ha “robado” al PP 1,4 millones de
votos resultado entre otras cosas de sus ataques al partido de Pablo Casado por su gestión en Cataluña y la
corrupción, mientras intenta posicionarse como un partido de centro liberal a
pesar de que hasta hace poco se declaraba “socialdemócrata”, a la vez que gobierna en coalición con el PP en Andalucía y el apoyo imprescindible de Vox
del que a pesar de todo reniega. Al mismo tiempo Rivera fomenta el transfuguismo a
diestra y siniestra lo que sin duda contribuye a su imagen de partido
oportunista y sin una ideología definida por más que intente parecer de centro. Todo
esto, junto a sus coqueteos con Sánchez en la legislatura pasada, sus
posiciones sobre asuntos espinosos para su ala derecha como la eutanasia o la gestación
subrogada, provocan dudas en su credibilidad y sus intenciones futuras y pueden
ser la causa de que no consigan, aunque estén cerca, de dar el ansiado sorpasso al Partido Popular.
Si Pablo Casado no consigue mejorar los resultados en las
elecciones del próximo día 26 de mayo, es muy posible que la formación naranja
incremente sus ataques sobre el PP para intentar convertirse en el partido que
pueda hacer frente al bloque de izquierdas liderado por el PSOE.
Todo esto ha dado como consecuencia unos resultados electorales en los que lejos
de ganar la moderación como algunos defienden, ha ganado el radicalismo de izquierdas
representado por el PSOE de Sánchez fuertemente ideologizado, cuyas muletas
dentro o fuera del Ejecutivo serán sin duda la ultraizquierda populista del
Podemos junto a independentistas como ERC, que ha mejorado sus
resultados con respecto a las anteriores elecciones, lo mismo que la izquierda
abertzale de Bildu, el PNV y otras formaciones de izquierdas y nacionalistas.
En definitiva, el resultado de las elecciones del pasado 28 de abril provoca una situación de incertidumbre e inestabilidad política que no
beneficia al país en ningún sentido. Habrá que estar atentos.