Con la llegada a España en 1990 de lo que
conocemos como televisión privada, abandonamos el monopolio de la televisión
oficial para poder acceder a una oferta más plural de nuevos canales que
desgraciadamente con el paso de los años se ha ido empobreciendo, reduciéndose
a un duopolio donde la pelea por la audiencia se ha hecho muy encarnizada,
donde ya solo priman los ingresos publicitarios y el temido share, la sentencia de la audiencia que
establece que programa o contenido debe desaparecer o cual debe seguir, con lo que
la televisión privada se ha transformado en una televisión comercial pura y
dura. El concepto ha cambiado.
Una denominación la de “comercial” mucho más
adecuada para las actuales cadenas de televisión, pues el objetivo de éstas es
exclusivamente la rentabilidad económica, olvidándose cada vez más de sus
inicios, donde además del entretenimiento se apostaba por una línea editorial
independiente y lo más objetiva posible.
Hay muchos ejemplos de esto que decimos, como
los llamados “programas del corazón” y los de “información política” o “investigación”,
que concitan en sus horarios de emisión una amplia atención por parte de una
audiencia ávida de “información veraz” sobre “temas de interés” para el gran
público.
Así, los programas del “corazón” son de los
más rentables pues se articulan sobre unos bajos costes de producción y la
creación/invención de contenidos tratados desde una perspectiva polémica, casi
agresiva, de discusión sin más y, por supuesto, con muy poco rigor informativo
por no decir que inexistente. Cuestiones sin transcendencia sobre personajes
oportunistas sin importancia, que el espectador digiere cual comida basura en
cantidades industriales pero con notable éxito de audiencia.
En cuanto a los segundos, los denominados de
“información política” o de “investigación” se estructuran sobre contenidos también
polémicos respecto a los cuales es seguro que la audiencia mostrará interés
porque el contenido se radicaliza, si hay debate se lleva a la discusión más
extremista, donde la opinión de los participantes es aceptada sin más, aunque
haya sido expresada sin rigor alguno, con planteamientos básicos, demagogos o
populistas y basados en una escasa información manifestada por “todólogos” en
cuyo currículum suelen pesar más las invectivas, los gritos y las
descalificaciones hacia el contrario, que una trayectoria académica,
profesional o política seria.
Gracias a todo esto, el resultado obtenido se
ve reflejado en unos altos niveles de audiencia que hacen rentable al programa
y la cadena aunque para ello, la noticia, el hecho y muchas veces la verdad,
pase a ser un asunto secundario cuando no anecdótico.
Es más, cuando a estos programas se invita a
participar a algún “ingenuo” que acude con toda la buena intención de aportar
una opinión o versión sobre el tema en cuestión, basada en información veraz u
objetiva, esto se vuelve contra él pues lo que dice pasa a ser secundario. Para
empezar eso no vende y además existe un acuerdo no escrito entre los
colaboradores que participan en los programas y los responsables de éstos, en
los que los primeros asumen papeles que benefician a ambos en el terreno
profesional y personal y, por supuesto, a quienes rinden cuentas, es decir, a las
empresas de televisión.
Desde hace ya tiempo los programas de
política en general y de temas sociales en particular se han “salvamizado”, tienen
la esencia de programas como “Sálvame”, que sin tocar los temas de la prensa
rosa, tienen en cambio todos sus ingredientes: creación o invención de
contenidos tratados con polémica, con agresividad y radicalismo, de discusión
estéril y con nulo rigor. Tienen mucho éxito pero carecen de la mínima calidad,
del mínimo rigor y de la mínima objetividad periodística, por no mencionar la
ausencia de total credibilidad, por más que se anuncien como programas de
debate político o social, de carácter independiente, plural y democrático,
cuando todo eso no interesa porque no vende. Es la máxima audiencia, la máxima
publicidad y por ende, la máxima rentabilidad económica lo realmente
importante.
En definitiva, lo que se entiende como
televisión privada en estos momentos en España como en otros países de nuestro
entorno, no existe. En su lugar hay una televisión comercial consagrada única y
exclusivamente a la rentabilidad económica sin tener en cuenta el rigor, la
objetividad, la información veraz y la opinión que debería tener una televisión
privada. El concepto ha cambiado.