
Pero basta con tirar de
hemeroteca para darnos cuenta que la corrupción que hoy padecemos no es un mal
nuevo, aunque haya quienes prefieran así creerlo. Casi todos los partidos
políticos de nuestro país tienen tras de sí un pasado en el que los casos de corruptelas
y demás delitos les han salpicado en mayor o menor medida y en alguna ocasión,
como también se dice ahora, hemos vivido tiempos en los que la situación se
convirtió en insostenible y hacían peligrar los cimientos de nuestro Estado
democrático, al igual que tampoco es nuevo que haya voces que se alcen
exigiendo un saneamiento y regeneración de la vida política, aunque parece que
a veces nos falla la memoria.
Lo que sí hay en esta
situación de novedoso es su repercusión mediática, eso es lo que les diferencia
de otros tiempos. Ahora, a los medios tradicionales se suman los medios
digitales que aportan una inmediatez, difusión y repercusión inauditos y que
han hecho de las redes sociales un extraordinario vehículo de expresión para
eruditos y profanos, con los pros y contras que ello pueda suponer para poder
discernir el polvo de la paja, pero en el que afortunadamente todas las
opiniones tienen cabida y tras las cuales quedan retratados algunos individuos
que tienen a bien manifestarse a través de este mundo virtual.
Los ciudadanos, ahora igual
que entonces, estamos ávidos de respuestas de nuestros representantes, de esos
que hemos elegido y que a su vez han elegido a otros para que les acompañen en
la tarea encomendada y de los que sólo sabemos de su existencia cuando vemos
sus fotos publicadas en algún medio al verse implicados en algún escándalo,
como está siendo habitual.
En este contexto, no vale
sólo pedir perdón o publicar en la correspondiente web de turno el patrimonio
con el que cuentan cada uno de ellos, -ya sabemos todos lo fácil que es manejar
y manipular estos datos-, aunque válida, esa es sólo una mínima medida para
intentar atajar este gravísimo problema.
La clase política necesita
afrontar sin ambages esta difícil situación y llevar a cabo un ejercicio de
responsabilidad a la altura que demandan los hechos, haciéndose vital comunicar
con claridad y sentido crítico a la ciudadanía que es lo que está pasando y
trabajar por recuperar la desastrosa imagen que los ciudadanos tienen
actualmente de ella.
Se trata de una situación de
crisis y, como tal, gobierno y partidos representativos deben desarrollar una
estrategia de comunicación que frene y ponga razón a este sinsentido que inunda
la vida pública española y recuperar la reputación perdida.
Esta estrategia, aplicable a
la actual vida pública española, debería integrar una serie de puntos
esenciales en la comunicación de crisis que, por básicos, no dejan de ser
imprescindibles a la hora de transmitir de forma efectiva aquellos mensajes dirigidos
a los ciudadanos y que podrían resumirse en cinco puntos:
- Evitar el silencio y la inacción: si no actuamos, otros lo harán en nuestro lugar, especialmente los adversarios políticos, ofreciendo su particular y partidista visión del problema.
- No mentir: los errores se pueden perdonar, la mentira no. En política esto se paga caro.
- Reconocer los errores: si los hechos están constatados, el reconocerlos no nos hará ni más culpables ni más vulnerables y sí más humanos.
- Ser transparentes: ofrecer de forma clara la información de la que se disponga.
- Asumir responsabilidades: la asunción de responsabilidad demuestra el grado de compromiso con la ciudadanía que es a quien se sirve.
- Evitar el silencio y la inacción: si no actuamos, otros lo harán en nuestro lugar, especialmente los adversarios políticos, ofreciendo su particular y partidista visión del problema.
- No mentir: los errores se pueden perdonar, la mentira no. En política esto se paga caro.
- Reconocer los errores: si los hechos están constatados, el reconocerlos no nos hará ni más culpables ni más vulnerables y sí más humanos.
- Ser transparentes: ofrecer de forma clara la información de la que se disponga.
- Asumir responsabilidades: la asunción de responsabilidad demuestra el grado de compromiso con la ciudadanía que es a quien se sirve.
Estas pautas esenciales necesitarían
complementarse, naturalmente, con el desarrollo de acciones en otros ámbitos que
escapan al de la comunicación y que, junto con ellas, pondrían en valor a todos
aquellos que realmente tienen vocación política y que ven en ella su esencia,
la de labor con la contribuir al desarrollo y bienestar de la ciudadanía, sin
olvidar que es a ésta a la que se deben y sirven en todo momento.
Este sería un primer pero
importante paso para recuperar la imagen y la credibilidad perdidas por la
clase política.